El mapa es un artefacto político #4
Me debí portar muy bien el año pasado porque me acabó cayendo en las manos un regalazo…
O eso o es que alguien me quiere mucho… Sí, más bien es lo segundo así que aprovecho para enviarle un millón de besos a «la mala fransesa» por su apoyo incondicional (y por el atlas, je, je, je…).
Precisamente, un par de meses antes de tener el extraordinario atlas de Radó en mis manos, le dedicaba unas líneas a su trabajo cartográfico y a sus andanzas en el espionaje -agente alias «Dora» (→Cuando Mercator era comunista)- como perfecto ejemplo de cómo la proyección de Mercator puede ser utilizada con sesgos políticos muy diferentes… porque no es la proyección utilizada (ni el viejo Mercator) lo que le da un sentido político al mapa, es… el propio mapa.
Es, por ejemplo, el modo en que ha sido concebido, su finalidad o los mensajes que comunica o calla. Es el propio mapa contemplado en todas sus dimensiones:
- Como representación convenida, o incluso decretada, como «fidedigna» de la Tierra o de una parte de ella. El mapa como argumento de realidad.
- Como objeto de comunicación visual y conceptual, no solo al servicio de una visión determinada del mundo o de distintas ideologías sino diseñado como herramienta propagandística al servicio de un poder o causa concreta.
- Como proceso cartográfico donde se interpretan de manera selectiva, abstracta y simbólica territorios, paisajes y distribuciones geográficas; proceso en el que se utilizan unos elementos geográficos o temáticos en detrimento de otros que pueden discriminarse, simplificarse o que al contrario, se realzan. De igual manera ocurre con la proyección cartográfica escogida, que puede utilizarse para resaltar o difuminar determinadas áreas o geometrías. En general, la composición gráfica del mapa nunca es inocente y los elementos seleccionados (o los sacrificados u ocultados) tampoco. Se debe pensar que el uso de texto, colores e iconografías está al servicio de un objetivo comunicacional determinado; las variables visuales pueden trasmitir (o no) alguna intencionalidad más o menos explícita y algunas otras implícitas.
- Como documento jurídico que marca, señala o define el alcance de la soberanía o de la jurisdicción de un Estado, una administración o una entidad determinada.
- Como instrumento de control y gestión territorial…
Y al repasar estos y otros elementos, fines y características de los mapas en particular, y de la geografía en general, no podemos pasar por alto el hecho de que el poder político, militar, económico y cultural siempre ha ambicionado poseer la capacidad de determinar, o cuando menos controlar, la visión que tenemos del mundo. Ya afirmaba Estrabón, a muy temprana data, que “toda la geografía es una preparación para las empresas de gobierno”, aquellas “que son útiles al hombre de Estado y al jefe de un Ejército” porque “la mayor parte de la geografía se refiere a las necesidades del Estado” (Estrabon, entre los años 7 a.C. y 18 d.C. del calendario gregoriano).
Y así ha sido durante veinte siglos. De hecho, es tan así que casi dos mil años después Lacoste retomaba una argumentación similar a la del heleno, ahora críticamente, provocando y agitando con su «La géographie, ça sert, d’abord, à faire la guerre» («La Geografía: un arma para la guerra» en su versión castellana).
La geografía sirve, de entrada, para hacer la guerra. (…) Plantear de entrada que la geografía sirve, en primer lugar, para hacer la guerra no supone que solo sirva para dirigir unas operaciones militares: sirve también para organizar los territorios no solo en previsión de las batallas que habrá que librar contra tal o cual adversario, sino también para controlar mejor a los hombres sobre los cuales ejerce su autoridad el aparato del Estado. (…) la articulación de conocimientos referentes al espacio, es decir, la geografía, es un saber estratégico, es un poder. La geografía, en tanto que descripción metódica de los espacios, tanto bajo los aspectos que se han denominado «físicos» como bajo sus características económicas, sociales, demográficas y políticas (por referirnos a una cierta división del saber), debe situarse absolutamente, en tanto que práctica y en tanto que poder, en el marco de las funciones que ejerce el aparato del Estado para el control y la organización de los hombres que pueblan su territorio y para la guerra.Yves Lacoste (1976)
¡Y es que finalmente se ha llegado a confundir el mapa con el territorio que representa y la geografía con el propio planeta! Un hito que tuvo su apogeo en los tiempos de los imperios coloniales y que encontró su maridaje perfecto en tiempos del Estado-Nación. Geografía y mapas no solo han estado al servicio de los Estados sino que se confundían con éstos.
Si miramos hacia atrás en el tiempo podremos encontrar una amplia gama de ejemplos al respecto: lo bien que lo entendió la administración napoleónica; o, tal como nos explica Harley, cómo los imperios vaciaban sus mapas de autóctonos para precisamente armar su colonización, y también en la ligereza con la que borraban o dibujaban fronteras; o el proceso de institucionalización de la geografía en universidades y en las sociedades o institutos geográficos nacionales, otorgándole al mapa su estatus oficial; o cómo el mapa de los hermanos Cassini corporizó (algo así como hacer real y físico, darle cuerpo) por primera vez ese concepto abstracto que era la naciente «Nación» francesa (Brotton, 2013).
Pero no fue hasta los años ’30 del siglo XX cuando el fascismo de la Alemania nazi llevó la idea al paroxismo o a la alucinación. En ese tiempo, en el que el Estado había mutado en una especie de ente orgánico que necesitaba de un espacio vital («lebensraum»), el determinismo geográfico se instalaba en el corazón del poder y nacía la geopolítica (por lo menos entendida en su sentido moderno) como alta ciencia política de Estado. También se censaban y cartografiaban las poblaciones étnicas y religiosas en buena parte de Europa (¿ubicarlas para luego exterminarlas?) y el mapa se convertía en una excelente herramienta propagandística al servicio del Régimen.
Claro que no eran los únicos, en estos años también se publicaba, por ejemplo, el Atlas de Radó (con el que comenzábamos esta entrada) que, por supuesto, tenía un signo político totalmente opuesto al del partido nacional socialista y su aparato de Estado.
Tal vez a Radó le calce bien el epíteto de geoactivista. Al fin y al cabo el budapestino no limitó su activismo antifascista a la actividad como alias Dora sino que también impregnó totalmente sus trabajos cartográficos (¡y cómo!). Porque las cartografías de Rado no eran simplemente una tapadera para poder desarrollar sus actividades como agente Dora, se trataba de un uso político consciente de los mapas y las geotecnologías de la época (como bien corroboraban sus antagonistas, los cartográfos nazis).
¿Dije geoactivista? ¿Geoactivismo?
Ummm… ¿y eso qué es?
Bueno, la idea es bastante simple:
Conocer para controlar y demarcar para dominar (y explotar) fue uno de los principios genéticos de los mapas. Desde sus orígenes más remotos, representar el territorio es un ejercicio de control militar, político, económico y social… claro que también podemos encontrar personas que se empeñan en que sirva para todo lo contario, para liberarse o para resistirse a ese control, y es a eso a lo que llamamos geoactivismo.
Aunque llevamos casi tres años utilizando el concepto (y unos cuantos más haciéndolo sin ninguna etiqueta), recientemente hemos encontrado algo realmente inspirador que queremos sumarle. Así que para poner la guinda sobre el pastel, podemos redondearlo inspirándonos directamente en las frases que aparecen en la portada de un libro llamado – ¡sorpresa! – Statactivisme.
Les statistiques nous gouvernent. Argument d’autorité au service des managers, elles mettent en nombres le réel et maquillent des choix qui sont, en fait, politiques. Le parti pris de ce livre, qui rassemble les contributions de sociologues, d’artistes et de militants, procède du judo: prolonger le mouvement de l’adversaire afin de détourner sa force et la lui renvoyer en pleine face, faire de la statistique une arme critique.
Podríamos traducirlo más o menos así: «Las estadísticas nos gobiernan. Argumento de autoridad al servicio de los managers, cuantifican lo real y maquillan unas elecciones que son, de hecho, políticas. El sesgo de este libro, que recoge las contribuciones de sociólogos, artistas y militantes, procede del judo: prolongar el movimiento del adversario para desviar su fuerza y devolvérsela en toda la cara, hacer de la estadística un arma crítica.»
Nos ha gustado tanto que no podemos evitar utilizarlo para nuestro geoactivismo. Así, directamente inspirados por el statactivisme, tomamos partido de similar manera:
Tal y como el o la judoka, cuando ejecuta esa llave que le permite aprovechar de la fuerza del adversario revertiéndola en su contra, tomamos las geotecnologías, los mapas, los datos, las herramientas y metodologías geográficas que utiliza o produce el poder (político, militar, económico,…) como herramientas de control, revertiéndolas para su uso en la defensa de Derechos y Territorios. Hacemos de mapas y geotecnologías un arma crítica.
Ese es nuestro sesgo o nuestra toma de partido. Y claro, ¿cómo no vamos a utilizar los mapas si son un artefacto político?
Si es que ya lo decían en el blues…
… o mapeas o te mapean!
Fidel
Referencias:
BROTTON, Jerry. Une histoire du monde en 12 cartes. Paris: Flammarion, 2013.
BRUNO, Isabelle; DIDIER Emmanuel; PRÉVIEUX, Julien. Statactivisme. Comment lutter avec des nombres. Paris: Zones – Éditions La Découverte, 2014 [échale un vistazo].
ESTRABÓN. Geografía. Libros I-II; Madrid: Editorial Gredos, 1991 (Biblioteca Clásica Gredos; 159).
HARLEY, J.B. La nueva naturaleza de los mapas. Ensayos sobre la historia de la cartografía. México: Fondo de cultura económica, 2005.
LACOSTE, Yves. La géographie, ça sert, d’abord, à faire la guerre. Nouvelle édition augmentée. Paris: Éditions La Découverte, 2012 (1976). Para la citación se ha utilizado la versión en castellano de Anagrama (1977).
OFFEN, Karl. O mapeas o te mapean: Mapeo indígena y negro en América Latina. En Tabula Rasa, nº10: 163-189. Bogotá, enero-junio 2009.
SCHLÖGEL, Karl. En el espacio leemos el tiempo. Madrid: Siruela, 2007.
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