Actualizado 02/10/2024 | Texto Publicado el 16 de abril de 2012
El mapa es un artefacto político
El mapa es un artefacto político #0 | Fidel Mingorance
¿Penn-Ar-Bed o Finistère? ¿Principio del mundo o fin del mundo? La toponimia (como la historia) siempre la escriben los conquistadores.
Será porque en estos días me encuentro ni más ni menos que en el fin del mundo, que a este primer geographiando en Otramérica [actualmente offline] le ha salido un titular tan filosófico. Y de los varios ‘Fines del Mundo’ que podemos encontrar en el Planeta, les escribo concretamente desde el Finistère, topónimo francés derivado del latín Finis Terrae.
Para los romanos éste (o el Fisterra gallego) era el final de la tierra y de ahí su nombre en las lenguas romances actuales. Para la mentalidad imperial romana era el final de las tierras controladas o conocidas y por eso era indiscutiblemente el fin del mundo, más allá sólo podían habitar monstruos y bárbaros. Curiosamente, lo que para los invasores y conquistadores romanos era el final, o la cola de su imperio, para los invadidos bretones era (y continua siendo actualmente) todo lo contrario, el lugar donde comienza el mundo, el Penn-Ar-Bed o cabeza del mundo.
Y es que el nombre de los lugares no es un asunto cualquiera. La denominación de un lugar puede llegar a adquirir una connotación cultural, ideológica, religiosa o política muy profunda. La toponimia puede convertirse en campo de batalla en las guerras lingüísticas o lucha cotidiana en la relación forzosa entre colonizadores y colonizados, entre invasores e invadidos.
Con los mapas sucede lo mismo. Pueden desatarse auténticas guerras cartográficas en las que los topónimos son el primer arma arrojadiza que antecede a los verdaderos protagonistas, los límites que marcan las soberanías. El arte cartográfico ha estado siempre íntimamente ligado con el aparato ideológico del Estado, sin duda debido a su gran poder simbólico.
Ejemplos paradigmáticos de esto los podemos encontrar en los mapas oficiales de la República Bolivariana de Venezuela (versión 2023) o de la República Argentina. De hecho, si hay algo que cristaliza la expresión de soberanía nacional argentina es el mapa bicontental. Es más, el Estado argentino tiene leyes relativas a cómo se debe representar el territorio argentino (ver por ejemplo Atlas No Avalado (IGN)). Esto significa que un mapa que controvierta al oficial se convierte en ilegal en Argentina ya que puede ser «lesivo a la Soberanía Nacional y en clara violación a la Ley de la Carta (Ley Nº 22.963)» (IGN).
La entidad de revisión y control cartográfico es el Instituto Geográfico Nacional (IGN), dependiente del Ministerio de Defensa, que «posee la potestad de fiscalizar toda representación cartográfica de la República Argentina que se divulgue en el territorio nacional así como aquella que se importa o exporta. Esta tarea resulta insoslayable para el ejercicio de la soberanía territorial en términos simbólicos y materiales y es necesaria para la construcción de la identidad nacional» (IGN).
Por eso en el mapa oficial se incluyen territorios sobre los que el Estado argentino no tiene actualmente ningún control soberano, unos por estar actualmente regulados bajo el Tratado Antártico y otros por estar ocupados militarmente por el Reino Unido. No obstante esto, en el mapa argentino no se recurre a ninguna de esas fórmulas de compromiso, tipo ‘territorio reclamado o en disputa‘ que se suelen utilizar en situaciones de conflicto territorial, sencillamente se declara que las islas Malvinas, y otras islas meridionales, junto a una porción antártica son argentinas. Por supuesto, aquí no se está debatiendo ni cuestionando la soberanía territorial de la Argentina. Tan sólo se señala el significado legal, simbólico y real de su mapa oficial en particular y de los mapas en general.
Guerras cartográficas
En el mundo, existen casi tantas guerras cartográficas como áreas en disputa o conflictos territoriales no solucionados (o arreglados de manera insatisfactoria para alguna de las partes contendientes). Por ejemplo, basta con contemplar la cartografía de Cachemira, desde los diferentes puntos de vista indio, paquistaní o chino, para apreciar la variedad de formas con la que se puede visibilizar oficialmente la postura política de un Estado frente a un conflicto territorial (sea éste armado y activo, latente o larvado).
Un sencillo mapa aparecido en un artículo periodístico o en cualquier medio audiovisual (¡hasta en una película de animación!) que cometa el ‘pecado’ de no respetar la ortodoxia cartográfica oficial de algún Estado, suele acabar provocando desaforados gritos patrióticos y la consiguiente censura del «mapa erróneo».
Las geografías americanas no son ajenas a estas guerras de mapas. Por poner algunos de los ejemplos más conocidos, se pueden mencionar los casos de Ecuador-Perú, Bolivia-Chile-Perú, Argentina-Reino Unido o Venezuela-Guyana, aunque basta rascar un poco para sacar bastantes más…
Y llegados a este punto, ¿cómo podemos no hacernos preguntas?
¿Por qué poner en el mapa que este sector de la Antártida es de soberanía argentina si hay un tratado internacional que tiene «congeladas» (nunca mejor dicho!) las soberanías sobre tierras antárticas? ¿Será que esta imagen convencional, o sea el mapa, servirá de algo en el momento en que algunos Estados decidan repartirse el helado continente y sus golosos yacimientos mineros, hidrocarburíferos o pesqueros?
Tal vez podamos avanzar algunas respuestas, por ejemplo analizando la argumentación dada por el IGN argentino, pero por el momento lo que queremos es poner las preguntas.
¿Qué representan los mapas? ¿Qué tan reales son? ¿Mienten los mapas? ¿Al servicio de quién o qué están? En las próximas entradas seguiremos tratando estas cuestiones y, aunque no sea estrictamente necesario leer a Brian Harley para poderlo hacer, ¡es altamente recomendable!
Referencias:
Instituto Geográfico Nacional. Sitio web disponible en https://www.ign.gob.ar/
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