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Podría hacer el mapa de tus pecas…

… aunque es probable que el hecho de disponer de esa cartografía – el mapa con todas y cada una de tus pecas- me impediría disfrutar de algo tan maravilloso como el poder perderme en ellas…

… porque no todo se debe mapear, hay territorios que deberían restar indefinidamente como Terra Incógnita, ¿cierto?

 

Es totalmente factible, técnicamente, elaborar esa cartografía epidérmica (¡con pecas o sin ellas!), pero conceptualmente es poco probable que le encontremos un sentido más allá de lo estético-performático a ese mapa de la piel. Si bien podríamos acogernos al concepto de piel como primera frontera – ¿qué tal el Moi-Peau [Yo-piel] de Didier Anzieu? -, no es sino como conjunto -envoltorio y envuelto, o sea como cuerpo– que adquiere su protagonismo espacial y geográfico.

 

Un cuerpo, aunque no todos los estudiosos de la geografía lo crean, es un lugar
Linda McDowell (2000:59)

Ese lugar, el cuerpo, lleva ya varias décadas instalándose en las geografías críticas como sujeto o categoría de análisis, sin duda arrastrado por la eclosión de lo que conocemos como giro espacial de las ciencias sociales.  Especialmente tras las reconceptualizaciones del espacio propuestas por Foucault y Lefebvre, cuyo punto de partida asume que “las geografías o espacialidades pueden ser tanto justas como injustas, y se producen a través de procesos que son al mismo tiempo sociales y espaciales, objetivos y subjetivos, concretamente reales y creativamente imaginados. Las geografías, en otras palabras, son resultados, no simplemente el fondo en el que se proyecta o refleja nuestra vida social. Para Lefebvre y Foucault, el espacio no solo importaba, sino que era una potente fuerza formadora en la sociedad y en la política en cualquier escala y contexto, desde las intimidades del cuerpo y las pequeñas tácticas del hábitat hasta la realización de las geopolíticas globales y las repetitivas crisis del capitalismo” (Edward Soja, 2014:150).

 

Y es en ese espacio socialmente construido donde se inserta perfectamente la foucaultiana acepción del cuerpo como lugar donde el poder ejerce regulación, control y vigilancia; elementos fundamentales de la biopolítica. Así, “parece perfectamente vigente y pertinente la consideración geográfica del cuerpo como lugar colonizado, traspasado, modelado por el poder pero que, a su vez, a través de un proceso transescalar de autoconciencia, resignificación y reapropiación, contiene el embrión para ofrecerle resistencia” (Josepa Bru, 2006:487).

 

Por eso, el cuerpo como lugar -como «primer lugar físico de la identidad personal» (Neil Smith, 1992:67)- se ha convertido en una pieza prácticamente imprescindible de análisis para poder interpretar la complejidad que nos envuelve. Especialmente pertinente en estos tiempos de flujos migratorios masivos; de pandémicos feminicidios; de tráficos clandestinos de cosas y cuerpos; de asesinatos selectivos determinados a partir de metadatos, telecomandados y ejecutados por drones; de asesinatos y desapariciones forzadas masivas; de invasiones de turistas que provocan expulsiones gentrificadoras de las poblaciones autóctonas; pero también de trading de alta frecuencia (HTF) y economía aparentemente virtualizada que tienen, sin embargo, un sustento físico perfectamente trazable; de mercados de futuros que provocan desastres ambientales presentes; de extractivismo extremo (extremadamente codicioso y violento); de «fascismo de baja intensidad» (Antonio Méndez Rubio, 2015), de salvaje paramilitarismo o de esa (aparentemente) confusa nebulosa donde todo parece acontecer bajo el designio del narcotráfico, la corrupción o el terrorismo …

 

«Domesticación de los cuerpos y espacialización del poder» · Icono de @Iconoclasistas utilizado en alguno de los mapas dedicados al paramilitarismo.

“En este contexto de complejidad, la geografía, y más en concreto, la geografía social, ha situado el cuerpo en tanto «espacio social» producido en un entramado de relaciones de poder que «atraviesan diversos lugares y operan a diversos niveles o escalas» (Radcliffe 1999:220). En efecto, en un trabajo ya clásico, que hay que enmarcar en la tradición de la geografía radical anglosajona, Neil Smith introducía el cuerpo en una taxonomía escalar de los espacios entendidos como lugares en los que el poder adquiere perfiles específicos y en los que, a su vez, se construyen formas de resistencia especializadas [La taxonomía comprende, de menor a mayor escala: el cuerpo, el hogar, la comunidad, la nación, la región y «las fronteras de lo global»]. El cuerpo aparecía en ella como el nivel más elemental de penetración del poder, como el lugar en el que, en última instancia, todas las «esferas» de poder se «concentran» en la disyuntiva de la vida y la muerte, el placer o el dolor; lo normal o lo anormal; «lo mismo» y «lo otro». No es difícil ver en el trabajo de Smith la influencia de Michel Foucault y, en efecto, se trata de un autor de referencia implícita o explícita para una geografía crítica de nuevo cuño. Su obra está en la base de un programa de investigación progresivo, acerca de la relación entre la «domesticación» de los cuerpos y la espacialización del poder (…).» (Josepa Bru, 2006)

 

Poder y resistencias confluyen en el mismo lugar, el cuerpo, primera escala de análisis geográfico. Esas confluencias pueden y deben ser cartografiadas, para aportar algo más de claridad a ese aparente sinsentido ultraviolento en el que se ha convertido la vida cotidiana en cada vez más zonas del planeta. Ese es, por lo menos, el papel que le asignamos en Geoactivismo a las geografías del cuerpo

 

Cartografiar la barbarie es luchar en su contra…

Hacer visible lo invisible [el «rendre visible l’invisible» que se le puede escuchar a Philippe Rekacewicz] se convierte en objetivo primordial de un cartografiado que no quiere ser un ejercicio retórico o teórico sino una práctica de combate. La “vocación de muerte del capitalismo actual” (Silvia Rivera Cusicanqui, 2017, 8:10) empuja a ello porque está regando nuestras geografías de cuerpos desmembrados, rotos, torturados, violados, asesinados, desaparecidos, desplazados, exiliados, ilegalizados, marginalizados, traficados… y tanto la autoría como la finalidad de toda esa violencia están siendo ocultadas bajo un velado manto de impunidad, terror y (aparente) caos. Por eso, visibilizar el diseño subyacente -o como dice Rita Segato, el «diseño reconocible»- resulta de capital importancia para combatir o erosionar esas prácticas criminales y a quienes se están sirviendo de ellas. Cómo si no enfrentarse, por ejemplo, a esa «violencia difusa, sin centro dirigente aparente, (…) [esa] maquinaria narcoparamilitar desterritorializada, convertida en cultura de control de las relaciones a cielo abierto.» (Raúl Zibechi, 2017… refiriéndose a las autodenominadas Aguilas Negras)

 

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Una excelente muestra de cómo las geografías corporales pueden añadir ese plus de claridad conceptual tan necesario lo encontramos, por ejemplo, en los análisis de Rita Segato o de Silvia Federici. Así, en un primer capítulo de su fantástico «La guerra contra las mujeres», Rita Segato, es enfática al resaltar que «de hecho, lo que me llevó a Ciudad Juárez es que mi modelo interpretativo de la violación es capaz de lanzar nueva luz sobre el enigma de los feminicidios y permite organizar las piezas del rompecabezas haciendo emerger un diseño reconocible» (Rita Segato, 2016:41). Para armar el rompecabezas y lograr la emergencia de ese “diseño reconocible” articula un concepto que se va a convertir en fundamental para el análisis de esta primera escala geográfica: el cuerpo como territorio.

 

En un segundo e impresionante capítulo, -«Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres»-, Segato analiza y describe de forma convincente esa realidad que se ha instalado actualmente en tantos paisajes cotidianos: «La nueva conflictividad informal y las guerras no convencionales configuran una escena que se expande en el mundo y, en especial, en América Latina, con muchas caras. El crimen organizado; las guerras represivas paraestatales de los regímenes dictatoriales, con sus fuerzas paramilitares o sus fuerzas de seguridad oficiales actuando paramilitarmente; la represión policial, con su acción siempre, ineludiblemente, en un registro estatal y en un registro paraestatal; el accionar represivo y truculento de las fuerzas de seguridad privadas que custodian las grandes obras; las compañías contratadas en la tercerización de la guerra; las así llamadas «guerras internas» de los países o los «conflictos armados» son parte de ese universo bélico con bajos niveles de formalización. No comportan ni uniformes ni insignias o estandartes, ni territorios estatalmente delimitados, ni rituales y ceremoniales que marcan la «declaración de guerra» o armisticios y capitulaciones de derrota, y aun cuando hay ceses del fuego y treguas sobreentendidas, estas últimas son siempre confusas, provisorias e inestables, y nunca acatadas por todos los subgrupos de miembros de las corporaciones armadas enfrentadas. Estos conflictos, en la práctica, no tienen un comienzo y un final, y no ocurren dentro de límites temporales y espaciales claros.» (Rita Segato, 2016:60)

 

En este panorama de mutaciones en curso, se deben reformular algunos de los conceptos que nos ayudan a hacer nuestro mundo más inteligible y gestionable, como entre otros, soberanía territorio.  Ahora, continúa Segato, «los Estados compiten con agencias no estatales, ambos ejerciendo su control sobre la población por medio de la técnica pastoral, es decir, como rebaño. En esta nueva etapa, el trazo distintivo de la población gobernada es su carácter extensible y fluido en forma de red y ya no su fijación en una jurisdicción administrada por un Estado. El anclaje anterior de las poblaciones gobernadas dentro de un territorio fijo y nacionalmente delimitado va siendo transformado porque el foco del control se viene dislocando progresivamente hacia un rebaño humano móvil que corta a través de las fronteras nacionales. Por el efecto del paradigma del biopoder, la red de los cuerpos pasa a ser el territorio, y la territorialidad pasa a ser una territorialidad de rebaño en expansión. El territorio, en otras palabras, está dado por los cuerpos. Como nunca antes, por esta soltura de las redes con relación a la jurisdicción territorial estatal-nacional, con sus rituales, códigos e insignias, la jurisdicción es el propio cuerpo, sobre el cuerpo y en el cuerpo, que debe ahora ser el bastidor en que se exhiben las marcas de la pertenencia. Este último estadio introduce, por lo tanto, una mutación en la territorialidad misma, si entendemos territorialidad como una concepción particular, históricamente definida, del territorio. Los sujetos y sus «territorios» son coproducidos por cada época y por el discurso de cada forma de gobierno.» (Rita Segato, 2016:66-67)

 

la red de los cuerpos pasa a ser el territorio (…). El territorio, en otras palabras, está dado por los cuerpos. (…) la jurisdicción es el propio cuerpo, sobre el cuerpo y en el cuerpo
Rita Segato (2016:67)

Este concepto del cuerpo como territorio es enormemente útil para hacer más inteligibles hechos (aparentemente) nebulosos como pueden ser el sostenido asesinato de defensoras de derechos, activistas ambientales o líderes sociales en Colombia (¡claro, y en el resto del hemisferio!); la amplitud y persistencia del paramilitarismo; los feminicidios que asolan la región, las violencias que sufren los migrantes que atraviesan Centroamérica y México o la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa…

 

 

¡FUE EL ESTADO!
Proyecto colectivo #RexisteMX

… porque fue el Estado…

… «porque el crimen y la acumulación de capital por medios ilegales dejó de ser excepcional para transformarse en estructural y estructurante de la política y de la economía» (Rita Segato, 2016:76), creando un marco donde la «legitimación de la corrupción al interior de los Estados occidentales vacía el sentido del Estado de Derecho y legitima el crimen al interior mismo de las instituciones. Ya no hablamos de corrupción como una enfermedad del Estado: la corrupción es el Estado mismo y, en ese sentido, ya no hay un afuera de la ley. El deterioro del Estado de Derecho produce políticas exclusivamente depredadoras, que invalidan toda distinción entre el crimen y las instituciones» (Achille Mbembe, 2016).

 

Nótese que no hablo aquí de la mafialización del Estado, como sería esperable, sino, a la inversa, de la captura del campo criminal por el Estado, la institucionalización de la criminalidad
Rita Segato (2016:79)

Todas y cada una de las víctimas. Cartografiado de personas.

Esta conclusión -de captura del campo criminal por el Estado o de institucionalización de la criminalidad- a la que llega Segato desarrollando el concepto de cuerpo como territorio, resultará más o menos sorprendente según la óptica del lector o lectora, pero se ajusta muy muy bien al análisis de la situación al que nos viene conduciendo nuestro geografiar. Especialmente en lo referido a esas violencias perpetradas o determinadas por el poder que tienen un fuerte componente o significado espacial y corporal como la desaparición forzada; el desplazamiento forzado y el exilio; el femigenocidio; el paramilitarismo, la represión estatal o el sistema securitario que impera bajo un estado de excepción cada vez menos excepcional; los tráficos de cosas y personas o el murado de fronteras… unas violencias que están adquiriendo niveles epidémicos en gran parte del hemisferio, lo que hace enormemente relevante incorporar la Mbembeniana noción de necropolítica a cualquier análisis o cartografiado de esa realidad, ya que «enlazo[a] la noción foucaultiana de biopoder con dos otros conceptos: el estado de excepción y el estado de sitio.» (Achille Mbembe, 2011:21)

Sayak Valencia analiza lúcidamente los efectos de esa triple combinatoria que reduce los cuerpos -siguiendo a Agamben- a un estado de máxima vulnerabilidad:  «en la era global existen otros muchos ejemplos de esta vulneración extrema, que van desde el ámbito de lo público y laboral hasta lo más intimo: la destrucción tajante de los cuerpos a través de su uso predatorio, de su incorporación al mercado neoliberal desregulado como una mercancía más, ya sea a través de la venta de los propios órganos o como mano de obra cuasiesclavizada donde los derechos de propiedad sobre el propio cuerpo quedan desdibujados. En este punto es necesario continuar hablando del cuerpo, ya que es el blanco fundamental de la necropolítica e implica una enunciación compleja y problemática. Ágnes Heller nos dice que «fue precisamente la modernidad la que emancipó legalmente al cuerpo por primera vez en la historia escrita, al ampliar la ley del habeas corpus, antes privilegio del noble, y convertirla en una ley general para todos.» El cuerpo representa en las sociedades modernas por lo menos un enclave doble, a saber: «en el mundo moderno en el que el cuerpo estaba legalmente reconocido por la ley habeas corpus, y donde al mismo tiempo las principales tendencias de la vida social apuntaban a oprimir, eliminar, silenciar, sublimar y reemplazar en esa entidad legalmente existente, se abría un espacio social a la biopolítica».» (Sayak Valencia, 2010: 139-140)

 

Una de las razones de ser de este sitio –Geographiando– es la de mapear ese violento estado de cosas, elaborando unas cartografías que ayuden a visibilizar lo invisible, a señalar (en lo posible) toda la cadena de responsabilidades y a geo-grafiar -tal y como lo significa Carlos Walter Porto Gonçalves- las resistencias. Para ello, el primer nivel de análisis geográfico son las geografías del cuerpo.  …→

 

 

Referencias

Bru, J. (2006). El cuerpo como mercancía. En J. Nogué y J. Romero (eds). Las otras geografías. Valencia: Tirant lo Blanch.

Mbembe, A. (17 de junio de 2016). «Cuando el poder brutaliza el cuerpo, la resistencia asume una forma visceral». eldiario.es. Recuperado de http://www.eldiario.es/interferencias/Achille-Mbembe-brutaliza-resistencia-visceral_6_527807255.html

Mbembe, A. (2011). Necropolítica. Barcelona: Melusina.

McDowell, L. (2012). Género, identidad y lugar. Madrid: Cátedra.

Méndez Rubio, A. (2015). Fascismo de Baja Intensidad (FBI). Santander: La Vorágine.

Porto Gonçalves, C.W. (2001). Geo-grafías. Movimientos sociales, nuevas territorialidades y sustentabilidad. México  D.F.: Siglo veintiuno editores

Rivera Cusicanqui, S. (2017). Silvio Lang. (18 de junio de 2017) Palabras mágicas: reflexiones sobre la crisis [Archivo de vídeo]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=p2JTXy3Oyms

Segato, R. (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de Sueños.

Smith, N. (1992). Contours of a Spatialized Politics: Homeless Vehicles and the Production of Geographical Scale. Social Text, No. 33, 54-81.

Soja, E. (2014). En busca de la justicia espacial. Valencia: Tirant lo Blanch.

Valencia, S. (2010). Capitalismo Gore. Barcelona: Melusina.

Zibechi, R. (2017). «Brujas, perras y narcoparamilitares». La Jornada en línea. Recuperado de http://www.jornada.unam.mx/2017/07/07/opinion/015a2pol

 

Fidel